“Se terminó el respeto, Sergio. Ahora viene cualquiera y te dice que es lo que hay que hacer, y cómo hay que hacerlo, como si los setenta años hubiesen pasado al divino botón”, me dice Roberto en la segunda o tercera reunión que tuvimos como parte del inicio del proceso de trabajo para el que me contrataron.
Había enojo, si, aunque también cierta tristeza, nostalgia por aquello que había sido y, definitivamente, ya no volvería a ser. Él es el único propietario de una empresa alimenticia de Salta, fundada en 1950 por su abuelo y su tío abuelo, heredada después por su padre y su tío, y luego por su hermana, su primo y él. Hace unos quince años compró la participación que en la empresa tenían su hermana y su primo, y ahora es el único propietario.
Roberto tiene setenta y cinco años, está casado desde hace cuarenta y cinco con María Elena, y tiene dos hijos, Lucila que tiene cuarenta y tres años y Edgardo que tiene cuarenta. Los cuatro trabajan en la empresa con una dedicación muy alta y una pasión que demuestra que aquella tradición de la generación del abuelo sigue viva.
La empresa fabrica productos alimenticios regionales de alta calidad, que con la difusión que dan los medios audiovisuales y lo que han aportado las redes sociales en la última década se hicieron conocidos y buscados en todo el país. Lo que empezó con la demanda local, creció con la demanda turística y ahora se expandió con una demanda nacional e, incluso, internacional.
Las familias empresarias conforman parte importante de su cultura sobre la base de aquellos valores que sostuvieron sus fundadores y que fueron pasando de generación en generación. Muchas veces, esas transiciones se hicieron en el sobre entendido de que el legado era inmutable, de que nada podía cambiar, de que intervenir sobre eso era faltarle el respeto a la historia y a los que la escribieron.
Sin embargo, el mundo general, el de los negocios en particular, y nuestro país especialmente, fue requiriendo a través del tiempo, y mucho más en estas últimas dos décadas, la adaptación a cambios que en muchos casos hacen a la posibilidad de supervivencia de las empresas familiares.
Estas se exponen a un mayor riesgo porque tienen poca apertura para el cambio, son más bien conservadoras, atadas por aquellas tradiciones que son casi una religión. Y frente a los escenarios que se modifican todo el tiempo, algunas andan de crisis en crisis sosteniendo su credo a capa y espada.
En el caso de Roberto y familia, el conflicto interno que están atravesando es porque las
generaciones anteriores a él siempre sostuvieron que la empresa familiar solo se iba a dedicar a fabricar esos dos o tres productos con los que arrancaron, y que nunca iban a salir de la ciudad en la que se fundó la empresa. Promesas sobre el bidet, diría Charly.
Y los hijos de Roberto proponen aprovechar la marca expandiendo la cartera de productos, abriendo sucursales franquiciadas en las ciudades más importantes del país, y entrando en el comercio electrónico ya que sus productos tienen vencimientos muy largos y no requieren de condiciones de envío especiales.
“Si el abuelo resucita y los escucha, se vuelve a morir”, les dice Roberto a sus hijos. “Así nos vamos a morir nosotros”, le responden sus hijos que ven como amenaza a los otros productores regionales que le disputan el liderazgo en el mercado.
Las generaciones sucesoras
Son portadoras de nuevas ideas, nuevas formas de hacer negocios, que son fundamentales en la concreción de la vocación de continuidad que tienen las familias empresarias. No solo porque en esas propuestas están reflejadas las adaptaciones necesarias a la época, sino, y esto es más importante, porque en ellas está el aporte de los jóvenes a la identidad familiar, la forma de ser ellos sin dejar de ser parte de la historia de la familia que integran, lo propio (lo mío) dentro de lo familiar (lo de todos).
La innovación es un requisito para que cualquier empresa pueda seguir siendo competitiva, sostenga o desarrolle su participación en el mercado. En las familiares, esa condición requiere de mayor atención aún porque hace a la posibilidad de interesar a generaciones sucesoras para integrarse y comprometerse con el porvenir de la empresa. Es necesidad y causa.
Para ello es imprescindible que las generaciones antecesoras tengan la firmeza para sostener los valores y la esencia que llevó la empresa hasta donde está, y la flexibilidad para escuchar y hacerle lugar a las nuevas ideas que representan el pensar y el sentir de los más jóvenes, y responden a los desafíos de cada época.
Roberto y familia tienen que salir del territorio del enojo, de la confrontación, porque eso los debilita y les hace desaprovechar oportunidades, y encontrar un espacio de conversación constructiva que les permita acordar, planificar y concretar de manera prudente alguna de las nuevas propuestas de los hijos. Sin demasiados riesgos, sin apuro. Transitando los cambios con la seguridad de sentir que las riendas siguen estando en las manos, que la empresa va respondiendo a las exigencias de los
cambios, y que los mercados van respondiendo a las propuestas que se le hacen.
Quizás Roberto y María Elena puedan seguir conduciendo los negocios actuales, y sus hijos vayan abriendo los nuevos negocios, de a uno, y distribuyendo entre ellos la conducción de cada uno. Primero la fabricación y/o compra de nuevos productos a los que venderlos con la marca familiar, después abriendo una sucursal en una gran ciudad cercana para después seguir en otra. En paralelo, la apertura de la tienda virtual para vender en aquellos lugares en los que no hay local comercial.
Gestionar sin contradecir
Encontrar un modo dentro de la cultura familiar, adaptándola a la nueva generación y a la actualidad, entendiendo y atendiendo los temores de Roberto y María Elena, y también los deseos y las iniciativas de sus hijos, para que ambas generaciones convivan con armonía y cohesión, y los negocios se agranden en la misma escala en la que se agranda la familia.
Difícil pero no imposible. Un poco menos si se cuenta con ayuda profesional.